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Agresti vive dentro de él mismo y ya piensa en otros tres films.
¿Cómo hace Alejandro Agresti para filmar una película tan porteña y tan simple como Valentín y, a la vuelta de los años, sin temblarle el pulso, para rodar una película tan norteamericana y elegante como La Casa del Lago?
Quizá la clave se encuentre en su inveterada condición de inquieto nómade geográfico: vive en Nueva York, pero estuvo radicado durante años en Amsterdam, hace pocas semanas paseó por nuestra Patagonia y, ahora mismo, mientras recarga fuerzas para tres nuevas filmaciones, bucea como un chico en aguas territoriales de Grecia.
Probablemente también su inestable condición de nómada emocional le permita adentrarse en mundos diferentes sin perder frescura. Por momentos parece un tipo solitario y reconcentrado, celoso en extremo de su intimidad, fácilmente irritable y poco afecto a los titubeos y a las medias tintas (el lector podrá comprobarlo por sí mismo leyendo las columnas que escribe: en forma y fondo, Agresti es políticamente incorrecto y áspero de manera espontánea).
Su patria real es él mismo, lo que escribe y lo que filma o, mejor dicho, la combinación de ambas cosas. La vida normal lo aburre bastante y reconoce su total incapacidad para ser amable con lo que genéricamente denomina como "gente tonta".
Se crió con sus abuelos. Una tía le enseñó a escribir a los cuatro años y de su abuelo, que era fotógrafo, aprendió a mirar a través de una lente. Desde que se puso en serio detrás de una cámara, en 1978, hasta este presente, han pasado 28 años y 17 películas de su cosecha, la última de las cuales, La Casa del Lago -que se estrenará el jueves en la Argentina- es el primer gran trabajo que hace para Hollywood.
Estrenada en junio último en 2600 salas norteamericanas, ya lleva recaudados allí 54 millones de dólares -costó 33 millones y, en un hecho nada común en la industria, Agresti la terminó por debajo del presupuesto que le había asignado la Warner- y estaría sumando otros 50 millones en el resto del mundo. Se calcula que podría agregar otros 40 millones en lo que resta de su exhibición cinematográfica y unos 65 millones más cuando pase al formato DVD.
Siendo Agresti tan poco domesticado y domesticable, teniendo siempre listo dentro del bolsillo, por las dudas, el puño crispado, es significativo como al mismo tiempo pudo morigerar esa naturaleza volcánica para bordar pacientes lobbies y conseguir la atención y el financiamiento europeo para varios de sus proyectos. No sólo no asustó a esos mecenas atildados con su sangre, siempre a punto de hervor, sino que ahora mismo sabe sofrenar su espíritu indómito ante los afilados jerarcas de la llamada "meca del cine".
Créase o no, con esa mezcla impetuosa de carácter fuerte y fina habilidad para la negociación, Alejandro Agresti pudo entrar al corazón de Hollywood y salir fortalecido de esta crucial primera prueba. Y eso, a pesar de las diferencias que se suscitaron con el estudio que lo contrató (odia la expresión "película por encargo" que atribuye a una invención peyorativa, exclusiva de la crítica argentina). Al parecer, a la Warner, en un testeo, le dio mal el corte que había decidido imponerle a Agresti aun contra su voluntad, y el estudio debió volver sobre sus pasos a la edición sugerida por el realizador argentino, que considera ganada la batalla, aunque no haya podido hacer su gusto -como le sucede al resto de los directores- el ciento por ciento.
Si detrás de cámaras los empresarios para quienes trabajó no se la hicieron fácil, tampoco fue un lecho de rosas el set de La Casa del Lago y no precisamente por Keanu Reeves ni Christopher Plummer que, aun siendo estrellas, se entregaron con docilidad a sus indicaciones, sino por "Sandi". Así la llaman en su entorno más próximo a Sandra Bullock, tan bella como testaruda a la hora de filmar y a la que debió encarar con un plus de paciencia (y firmeza) para convencerla de hacer ciertas tomas de manera distinta a lo que ella había imaginado.
Tras la agotadora y excitante experiencia de filmar por primera vez a lo grande en Hollywood, a los 45 años, lo que menos piensa Agresti ahora es en dormirse en los laureles. En este preciso momento -tal vez, incluso, bajo las mansas aguas griegas-, aunque imagine descansar, ni siquiera deje un minuto de pensar en sus próximos títulos: Perfume de los Libros (¿convencerá a Woody Allen para que finalmente sea de la partida?), From the Last Row (que rodará en la Argentina, con apoyo de inversores extranjeros) y La Música de Adentro (cuyo primer guión terminó de escribir en su reciente visita al país).
Asegura que el cine está enfermo y que aborrece hacer "películas para grupitos", mientras escribe, tacha nuevos borradores y planifica dónde pondrá la cámara en cada escena por venir.
Aún parece lejano el destino que imagina para terminar sus días: una enorme villa en la Toscana italiana, donde les cocinará a sus amigos y se sentará a leer todos los libros que ahora van quedando de lado para mañana.
Entonces sí, tal vez ya relajado del todo, se permitirá aflojar el puño crispado para acariciar los recuerdos de tantas batallas libradas. / Por Pablo Sirvén.
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